El oficio de sastre en peligro de extinción
Los dedos del sastre mueven las tijeras con agilidad precisa entre la tela del pantalón que arregla, mientras los alfileres colocados estratégicamente denotan el corte que debe hacer en la pieza, a petición del cliente.
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Moisés Loredo, sastre con varios años de experiencia en el oficio, explica que desde hace 15 años dejó de confeccionar trajes, por lo que actualmente 99% de su trabajo consiste en composturas.
"Hace unos años, mi negocio contaba con una variedad de casimires para que los clientes eligieran a su gusto. Ahora, si algún cliente pide que le haga un traje, tiene que traer la tela. Yo sólo cobro la hechura", explica.
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En el negocio, ubicado al sur de la Ciudad de México —en avenida Prolongación División del Norte—, actualmente no hay demanda de confección de trajes. “Debemos trabajar en alguna especialidad, para hacernos de más clientes”, explica con seriedad Moisés Loredo.
Por eso se dedica a hacer composturas y el zurcido invisible, el cual considera "todo un arte", ya que no a cualquiera le queda perfecto.
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Es un trabajo que se cobra caro, dice el maestro sastre mientras alza la mirada para informar que se cotiza en 70 pesos por centímetro lineal.
Y así debe ser, por algo le dicen invisible. “Este tipo de compostura es muy delicada y requiere de mucho trabajo: hilo por hilo se tiene que ir empatando con la tela de la prenda que se arregla”, refiere don Moisés.
Al cliente, lo que pida
Pese a que hacer un traje a la medida tiene ventajas para el cliente, como elegir modelo, tela, textura, color, pero sobre todo que quede adecuado al cuerpo, los compradores prefieren actualmente adquirirlo ya hecho.
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El experimentado sastre comenta que el auge de las grandes tiendas especialistas en venta de trajes, chalecos y camisas fue un duro golpe, ya que sus ventas bajaron drásticamente. Sin embargo, nunca cruzó por su mente la idea de cambiar el giro de su negocio.
Foto: Shutterstock.
Con el propósito de captar clientes, don Moisés ofrecía tres trajes al precio de dos, pero de nuevo los precios y las ofertas en las grandes tiendas dieron al traste con la idea.
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Consecuentemente, la compostura se convertía cada vez más en la mejor opción de ingresos para sostener el negocio.
Herencia familiar
“El negocio es de familia. Yo aprendí de mi suegro, es fácil cuando se tiene la disposición y el gusto de aprender, ser sastre tiene su chiste, son años de aprendizaje en técnicas, en formas, es una vocación”, refiere con emoción don Moisés.
Al frente de la sastrería, en un enorme y ancho mostrador de madera que hace las veces de mesa de confección y de atención a clientes, se exhiben pantalones en su mayoría, así como sacos, camisas y vestidos que cuelgan al fondo, acomodados en tubos horizontales.
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La mayoría de estas prendas espera a sus dueños con notas sujetas por un alfiler que dan cuenta si ya fue liquidado el costo de la compostura o si está pendiente. Eso sí, don Moisés no pide adelanto sobre el trabajo.