La amenaza silenciosa
Cuando en la industria manufacturera se habla de inocuidad alimentaria, se suele pensar en controles de calidad, procesos de alta seguridad ambiental, y en normas de cumplimiento de sanidad en los materiales de abasto y logística. Pero poco se tiene en mente el impacto de las afectaciones a la salud y la industria por enfermedades de transmisión alimentaria.
De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año enferman unas 600 millones de personas (casi 1 de cada 10 habitantes), de las cuales mueren 420,000.
A pesar de que se trata de temas prevenibles, con estándares de cumplimiento muy avanzados ya en la industria, se pierde de vista que la normativa generalmente es reactiva y que usualmente va retrasada respecto de la realidad.
El gran problema para la industria es que los organismos microbacterianos evolucionan y cada vez se han vuelto más resistentes a los controles, fármacos y proceso que hoy son usuales en la industria.
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El caso de contaminación por salmonela de la procesadora de proteína animal JBS, en febrero pasado, demostró cómo la resistencia que los microorganismos patógenos están mostrando aun a las más sofisticadas manufactureras de alimentos, puede tener efectos altamente nocivos para la industria alimentaria y como efecto colateral en la atención a la salud.
De acuerdo con el Banco Mundial (BM) el asunto no es menor: existe una verdadera amenaza al futuro económico del planeta debido a las infecciones fármaco-resistentes. A nivel macroeconómico se espera que en 2050 la población mundial sea de 9,100 millones de personas, lo que implicará el reto de incrementar la producción de carne en más de 200 millones de toneladas hasta alcanzar 470 millones de toneladas de proteína animal hacia ese año.
El reto incluye a toda la cadena de producción agroalimentaria y de envasado y procesado de productos. A nivel global, la farmacorresistencia representa un riesgo cuyo daño económico podría ser comparable al de la crisis financiera mundial de 2008-2009, debido "al aumento espectacular de los gastos en atención sanitaria, al impacto en la producción de alimentos, el comercio y los medios de vida", señala el reporte del BM.
Parte del dilema es la tendencia a consumir productos más 'naturales' con menor procesamiento químico, bajo el estigma de que lo más orgánico es mejor; al mismo tiempo la industria farmacéutica no quiere invertir en I+D para nuevos antibióticos, debido al reto científico que supone el descubrir el antibiótico y la incertidumbre sobre el retorno de inversión.
Bajo este panorama, la tarea queda en el lado de la industria alimentaria y los organismos multilaterales que han creado una alianza para combatir la resistencia antimiocrobiana y prevenir la posible debacle por caídas en producción y consumo. Por ahora, algunas empresas mexicanas ya se han sumado a esta alianza, pero aún falta que organismos normativos como Cofepris y las propias cámaras de industria revisen sus protocolos y procesos para lograr contener la amenaza.
No hay enemigo pequeño y en este caso se trata de un tema de avance silencioso, pero sin duda el sector salud y alimentario están a tiempo de curar su estabilidad económica y de prevalencia sanitaria, con tomar las medidas y la responsabilidad necesaria para desactivar los riesgos. Por más costoso que esto pueda ser en términos de regulación y cambios de procesos industriales, será una mejor inversión que cualquier medida reactiva en los años venideros. ¿Seremos capaces de hacerlo?