La playa que conquistó al desierto
Piedras, dunas y matorrales. Las formas del desierto se extienden hasta que un gigante de su misma fuerza se les enfrenta: la arena choca contra el agua del mar. Dos abismos se encuentran y, probando quién puede más, provocan cambios en la marea de hasta ocho metros, uno de los más abruptos del mundo.
En Puerto Peñasco el camino descubre su verdadera naturaleza: ser un puente comunicante entre dos territorios que son dos estados, dos maneras físicas y emocionales de estar. Desierto y playa.
En el Gran Desierto de Altar, desde este año nombrado Patrimonio Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) se realizaron las pruebas para la misión Apolo 11.
Del otro lado, esta porción del Mar de Cortés se empieza a acostumbrar a los visitantes. Al atardecer, los barcos pesqueros que regresan al puerto casi hundidos de tanta carga. Todo es tan nuevo que la lejanía en kilómetros se ve reflejada en la distancia en décadas a cualquier ciudad.
La aventura del día: la pesca
Nos subimos a un yate que, no sabemos si planeado para ser una ironía muy incisiva, fue nombrado About Time. En cualquier caso el nombre nos parece apropiado. Es un llamado a comenzar. A que el movimiento empiece a marcar un antes y un después: a que pasemos de ser pasivos a transformar la naturaleza.
Manos a la obra, escogemos cada quien una caña y el capitán Adolfo nos explica qué tipo de carnadas usar y qué podemos esperar. Vemos las fotos de algunas capturas pasadas y quedamos impresionados. Parece que el premio mayor es sacar una baya de 200 libras.
Anzuelo, carne de calamar cortada, nudo, agarra la línea para que no se caiga, acércate al borde, suelta la línea, el calamar cae al agua, empieza a descender. Espera. En la pesca de fondo, la paciencia es la virtud. Pica un pez. La emoción de enrollar la línea y que salga un nuevo pescado, sus escamas brillando desde antes de salir a la superficie, un destello de plata en medio del azul profundo.
Es un pez hueso. El capitán, emocionado, lo toma y, con un movimiento seguro, atraviesa la piel con el extremo de otro anzuelo: el pescado se convertirá, todavía vivo, en otra carnada: la misión es atrapar la baya. El cadáver de un pez siempre es carnada de uno más grande. El pescador, del otro lado de la caña, se vuelve parte de la cadena. También entendemos que este trazo puede no tener fin.
Al terminar el día, habíamos pescado un cochi que cocinamos en la embarcación. La baya se escapó. Regresamos a tierra y comprobamos, con alegría, que después de nuestra aventura marítima nada en el mundo había cambiado y que, por suerte, nosotros más que afectarlo nos volvemos uno con él. El tiempo, sin importarle nuestra intrusión, sigue su ritmo.
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