El fin del secreto industrial llegó a las fábricas
Nota del editor: Este texto se publica originalmente en la edición 273 de la revista Manufactura, El fin del secreto industrial, correspondiente a octubre de 2018.
Procter & Gamble (P&G) transformó su manera de innovar mientras buscaba que sus papas Pringles fueran más divertidas.
Durante una lluvia de ideas en 2002, uno de los empleados de la empresa estadounidense sugirió imprimir imágenes representativas de la cultura pop en cada una de las papas.
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Aunque la idea fue bien recibida por el resto del equipo, la tarea era sumamente compleja: las ilustraciones tenían que imprimirse durante el proceso de fritura, se requerían diversos colores, la resolución de las imágenes debía permanecer intacta y la tinta que se utilizara tenía que cumplir con los requisitos de seguridad alimentaria.
En lugar de operar como lo hacían hasta entonces —que en este caso implicaba buscar a una firma de inyección de tinta, negociar por meses los derechos para usar su tecnología e invertir una suma considerable—, P&G lanzó una convocatoria para encontrar una solución al problema y la hizo circular por una extensa red de firmas e instituciones, cuenta Charles Wessner, profesor de política global de innovación de la Universidad de Georgetown.
La empresa encontró la respuesta en una panadería de Bolonia, Italia, dirigida por un profesor universitario que también manufacturaba equipos para cocina. Él había descubierto la manera de imprimir imágenes comestibles en las galletas y pasteles que vendía.
Con un par de adaptaciones, P&G utilizó su técnica y en ocho meses las nuevas Pringles ya se exhibían en el supermercado. De otra forma, habrían tardado al menos dos años en salir al mercado, dice Wessner. Las ventas de P&G crecieron 14% en un año.
"Hoy P&G es un gigante de la innovación abierta —explica el profesor—. Se dio cuenta de que, por cada investigador que tenía la empresa, había 200 afuera".
En un plazo de seis años, la compañía pasó de originar 15% de sus productos externamente, a crear 35% fuera de sus fábricas.
Además, el presupuesto para investigación y desarrollo disminuyó y la productividad se incrementó en 60%. Y continúa la apuesta del intercambio de conocimiento: en 2013 lanzó una página web para vincular a los innovadores directamente con las necesidades de la compañía. Desde entonces recibe más de 4,000 propuestas al año.
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La innovación abierta se expande en el mundo
Aunque el concepto de innovación abierta no es nuevo, su aplicación está cada vez más extendida entre las empresas globales.
Henry Chesbrough, profesor de la Universidad de California en Berkeley, la definió por primera vez en 2003 como "el uso de entradas y salidas intencionales de conocimiento para acelerar la innovación interna y expandir los mercados para el uso externo de la innovación".
En ese entonces, la visión era transferir conocimiento de una organización a otra para acelerar su desarrollo y poder explotarlo de manera comercial, comenta David Romero, catedrático de la Escuela de Ingeniería y Ciencias del ITESM.
Hoy, más que sacar un nuevo producto al mercado, se busca crear valor para todo un ecosistema. "Ya el éxito no lo determina la creación de un mejor vehículo, sino generar una nueva solución de movilidad para las personas", pone como ejemplo.
Las empresas que apuestan por la innovación abierta ganan en rapidez y en eficiencia, asegura Dong Sub Kim, director general del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología de Ulsan, en Corea del Sur.
"Hoy hay demasiadas ideas flotando y las empresas no tienen tiempo para desarrollar", comenta el directivo.
Además, estas dinámicas permiten experimentar sin tener que invertir grandes cantidades. Para que funcione, la empresa debe tener muy clara la solución que busca y contar con un jefe de tecnología capaz de coordinar el proceso.
Sin embargo, algunas compañías perciben el hecho de exponer su información o de compartir su propiedad intelectual como una desventaja, explica Abraham Tijerina, coordinador de Estrategia de Nuevo León 4.0.
"Hay firmas que ya no valoran tanto el tener una propiedad intelectual, porque lo que buscan es migrar entre tecnologías rápidamente", dice. "Para otras, su núcleo es la tecnología y prefieren no apostarle tanto a estos esquemas".
Los procesos de innovación abierta también suponen riesgos para los otros actores que participan, como investiga - dores universitarios, startups o consultoras.
Puede ocurrir, intencionalmente o no, que saquen provecho del conocimiento de alguien y no sea recompensado, comenta Wessner.
Una forma de llevar a cabo este proceso sin que la transparencia sea un impedimento pasa por tener una estructura sólida y creíble, y un jurado que evalúe las ideas, además de ofrecer una recompensa cuantificable para los participantes, opina Rubén Dávalos, socio a cargo de seguridad social y servicios fiscales en remuneración, y especialista en crowdsourcing de KPMG.
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Otras veces, la forma de acceder a la innovación pasa por adquirir a una startup y, con ella, el conocimiento que se busca.
O que las empresas se acerquen a una universidad y le compre su tecnología para tener una patente exclusiva, comenta Romero. La otra posibilidad es buscar al investigador o la empresa que tenga la solución, y comprarle una licencia para una patente no exclusiva. Es decir, se establecen ciertas limitantes para su uso.
Por ejemplo, un comprador adquiere una batería con la condición de que sea el único de la industria automotriz que pueda usar - la, pero dándole la libertad al vendedor de que la comercialice en otras industrias.
El camino que hay que seguir
Para los especialistas, uno de los grandes pilares de este esquema es la academia. Por ello, para que México pueda cambiar paradigmas debe destinar más recursos a la universidad, opina Wessner.
"El país cada vez genera más propiedad intelectual y se beneficia de sus conexiones y de las cadenas de suministro de las que forma parte", explica Wessner.
Pero hace falta financia - miento para impulsar ideas nuevas o para desarrollar prototipos y cometer errores hasta llegar a una solución.
No basta con motivar a los profesores para que comercialicen sus ideas, las universidades deben instaurar mecanismos eficientes para que se creen estas oportunidades, como ofrecer premios atractivos en concursos de innovación, dice Wessner.
Por otro lado, las empresas deben desarrollar una cultura de vigilancia tecnológica, que identifique cuáles son las tecnologías clave que están asociadas a su oferta de valor y que, al integrarlas, se transformen en un producto o servicio único, comenta Romero.
Una vez identificadas, deben tener en su radar a las startups o universidades que desarrollen esas soluciones para negociar una vez que alcancen un buen nivel de madurez.
“Si logras detectar esa tecnología que es relevante para ti, hay que perseguirla: puede convertirse en una ventaja competitiva”, agrega Romero.
Las firmas también pueden beneficiarse de un esquema de cocreación con clientes, un modelo en el que invitan a sus consumidores a contribuir con ideas en el desarrollo de nuevos productos y servicios.
"En la innovación interna, a veces las personas que participan conforman un grupo reducido y pueden contar con el expertise necesario, pero no están suficientemente involucradas en el problema a resolver", explica Dávalos, de KPMG.
Hoy las industrias que más buscan estos esquemas son la energética y las de manufactura convencional que quieren transformar su modelo de negocio, dice Kim.
También las pymes que tienen soluciones que aportar, pero que no cuentan con el prestigio y la reputación para sacar su innovación al mercado y necesitan asociarse con una firma grande. El otro gran factor que suele tomar por sorpresa a las empresas que participan en estos esquemas es el fiscal.
"La transmisión de ideas tiene un impacto que al final del camino es un ingreso para la persona que brinda su idea y es un gasto para la que la compra y, por lo tanto, hay que pagar impuestos", afirma Dávalos.
A pesar de los obstáculos que supone, la competitividad de un país depende en gran medida de la cooperación. "Todo lo que suene a tercerización de ideas en México se ve como tabú, pero yo invitaría a los empresarios a que no le tengan miedo", comenta el consultor.
La idea ya ha calado en el país. Nuevo León 4.0, una iniciativa del estado que busca insertar a la región en la cuarta revolución industrial, lanzó una convocatoria para premiar a las empresas que innoven de manera colaborativa.
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Y ofrece un premio de 10 millones de pesos a cada una de las iniciativas ganadoras a través del Fomix, un fondo en el que participan el estado y el Conacyt, explica Tijerina.
En esta primera etapa participaron iniciativas con resultados probados, pero el objetivo es que en un futuro se incentiven nuevas ideas que generen propiedad intelectual con la colaboración de universidades, los centros Conacyt de la región y los proveedores de la industria 4.0 que ya se integran al sistema.
El objetivo final del concurso es que otras empresas aprendan de estos casos y se animen a desarrollar modelos de innovación abierta.
"Hay mucha tecnología ahí afuera y creemos que trabajando de manera coordinada se puede generar un impacto mayor que haciéndolo independientemente, y con menos esfuerzo", comenta Tijerina.